nueva forma de ver losa monumentos megalíticos

Resumen
Los monumentos megalíticos son probablemente la herencia más
impresionante de las comunidades prehistóricas de Europa occi-
dental. La asociación frecuente del folclore con los acontecimien-
tos o seres humanos sobrenaturales o legendarios atestigua el
poder que han seguido ejerciendo hasta los últimos tiempos.
Estos monumentos toman una variedad de formas, que incluyen
piedras de pie, en círculo y alineadas, así como las cámaras mega-
líticas que contienen a menudo enterramientos y que están así
mismo enterradas bajo montones de tierra o de piedras. El carác-
ter peculiar de los monumentos megalíticos es el uso de grandes
bloques tomados de campos de rocas o de afloramientos de roca.
Los más grandes de estos monumentos habrían requerido del tra-
bajo cooperativo de millaresde trabajadores, existiendo a veces
evidencia de que traían gente y materiales desde una distancia
considerable. Anteriormente se buscaba un sólo origen para los
monumentos megalíticos que se consideraron como testimonio
de la expansión de colonos o de misionarios mediterráneos. Los
métodos científicos de datación desde los años 60 han eliminado
estos modelos antiguos, pero nos dejan con el desafío de explicar
los monumentos megalíticos de nuevas maneras. Una parte im-
portante de estos nuevos enfoques es comprender la forma en la
que los monumentos megalíticos adoptaron materiales naturales
y transformaron los paisajes en los que fueron construidos. La im-
portancia simbólica de las piedras individuales es también crucial
en una nueva comprensión de estas estructuras enigmáticas.
INTRODUCCIÓN
Los monumentos megalíticos se encuentran entre los más impresionan-
tes restos que nos han legado las sociedades prehistóricas. Los visitan-
tes de Stonehenge en Inglaterra meridional, de Carnac en el sur de
Bretaña, o de la Cueva de Menga en Antequera, no pueden dejar de sen-
tirse intrigados por las enormes proporciones de los bloques de piedra
que se utilizaron en su construcción, y lo maravilloso de estos logros es
amplificado por la gran antigüedad de las estructuras que en general tie-
nen más de 4000 años y, en algunos casos, más de 6000. No es extraño
que en la imaginación popular se hayan asociado con seres legendarios
y míticos. Por ejemplo, en un texto del siglo XII se afirma que Stonehenge
fue transportado desde Irlanda por Merlin, el mago de leyenda del Rey
Arturo. El círculo de piedras ‘Merry Maidens’ (las felices doncellas) en Cor-
nualles representa tradicionalmente a un grupo de muchachas jóvenes
convertidas en piedra por bailar sacrílegamente en el Sabbath. Popular-
mente se creía que el menhir de Saint-Samson-sur-Rance en la Bretaña
del norte bloqueaba una de las puertas del Infierno (imagen 2). Muchos
de los monumentos megalíticos de España y Portugal se atribuyen a los
moros. Los mensajes son claros y recurrentes: los megalitos son obra de
gente no cristiana o precristiana, están con frecuencia vinculados a prác-
ticas mágicas, y se asocian también con una advertencia, que se trata de
lugares investidos de un poder misterioso y quizás amenazador.
El término “monumento” que es de uso general para describir las estruc-
turas megalíticas tiene significados múltiples. Deriva en última instancia
del latín monumentum (“algo que recuerda”), que está relacionado con
el verbo monere (“recordar” o “advertir”). En lengua inglesa, sólo a princi-
pios de siglo XVII empezó este término a referirse a una estructura cons-
truida para conmemorar a una persona o evento, y más tarde se tomó
en el sentido más amplio de algo de gran tamaño, como la palabra “mo-
numental”. En el contexto de las estructuras megalíticas hace hincapié en
Palabras clave
Arqueología I Cosmovisión I Edad del cobre I Edad del bronce
Europa occidental I Megalitismo I Monumentos megalíticos I
Neolítico I Paisaje I Patrimonio arqueológico
1. Crómlech de Stonehenge (Wiltshire, Gran Bretaña) /Foto: Steve. Fuente: Flickr
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la forma y tamaño –su escala “monumental”- pero el componente “mne-
motécnico” sobrevive. Los monumentos megalíticos son estructuras du-
raderas, y recuerdan a las sociedades antiguas. Igualmente, pueden
generar el tipo de memorias o tradiciones de folclore “falsas” al que se ha
hecho referencia más arriba. Paradójicamente, también pueden estar
asociados a actos conscientes de olvido, ya que los monumentos mega-
líticos que vemos hoy pueden cubrir y ocultar los sitios de anteriores es-
tructuras de madera que fueron intencionadamente quemados, o
pueden incluir y ocultar piedras que fueron colocadas originalmente en
otro lugar, como parte de estructuras de diversas clases.
El término “megalito”, procedente de las palabras griegas megas o grande
y lithos o piedra, es un término de origen más reciente, inventado en el
siglo XIX, para describir monumentos de grandes losas de piedra sobre
las que ya habían escrito los historiadores y los anticuarios siglos atrás.
Algunos arqueólogos han puesto en duda su exactitud y utilidad. Sin
duda, los monumentos megalíticos son realmente sólo una rama de una
familia más grande. Esta observación se aplica particularmente a las tum-
bas megalíticas, en las que las grandes losas de piedra se asocian fre-
cuentemente con el aparejo de mampostería que rellena los huecos entre
los bloques más grandes. Otras tumbas compuestas en su totalidad de
paredes de mampostería se incluyen regularmente (aunque de forma in-
exacta) en la misma categoría general, incluso cuando las tumbas “me-
galíticas” y las “no megalíticas” puedan ser coetáneas y encontrarse
juntas unas a otras dentro de un mismo conjunto monumental. Clara-
mente son variantes de una tradición única. Lo mismo se aplica a deter-
minadas tumbas hipogeas, que copian las formas y diseños de los
monumentos megalíticos, y de las que, una vez más, existen ejemplos
en los que se combinan técnicas hipogeas y megalíticas.
Sin embargo, la confusión entre monumentos megalíticos y no megalí-
ticos dentro de la misma categoría no oculta lo que es, sin duda, una de
las características cruciales de estos monumentos. ¿Cuál es el sentido
del elemento “megalítico”, es decir, el uso de piedras de tamaño extrava-
gante? Al responder a esta pregunta, debemos observar primero que los
grandes monumentos megalíticos no se restringen a Europa occidental,
sino que se encuentran en partes muy dispersas del mundo: en el Cáu-
caso, en el sur de la India, en Senegambia, Colombia, y en las islas de Asia
Sur-Oriental, por nombrar sólo algunas, por no olvidar las estatuas mun-
dialmente famosas de la Isla de Pascua, que son megalíticas en virtud
de su carácter monolítico y grandes dimensiones. De esta lista, es evi-
dente que el concepto de monumento “megalítico” no tiene una sola
fuente de origen, sino que ha sido una característica recurrente de la ac-
tividad humana en diferentes periodos y en diferentes lugares. Lo que
tienen en común estas tradiciones megalíticas es el uso de grandes blo-
ques de piedra para crear estatuas o estructuras. Combinan la durabilidad
de la piedra con su tamaño y peso para transmitir una imagen potente y
evocadora de poder.
TAMAÑO Y SOCIEDAD
Dentro de la tradición megalítica de Europa occidental, los bloques indivi-
duales de piedra van desde ejemplos modestos que pesan solamente dos
o tres toneladas a los monolitos enormes que requerían el esfuerzo com-
binado de cientos o miles de personas para su desplazamiento y erección.
Las piedras más grandes de Stonehenge, las de los “trilitos” centrales,
miden más de 9 metros de altura (sus bases están todavía enterradas en
los cimientos excavados en la creta) y pesan aproximadamente 40 tone-
ladas. Su origen exacto es desconocido, aunque tradicionalmente se ha
pensado que proceden de Marlborough Downs, a unos 30 km al norte,
2. Menhir inclinado de La Tremblaie en Saint-Samson-sur-Rance, en el norte de Bretaña /
Foto: Chris Scarre
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donde bloques naturales, similares aunque mucho más pequeños, aún se
encuentran desperdigados por la superficie. Es más probable, quizás, que
en el período anterior a que el paisaje natural de Stonehenge fuera des-
pejado de tales bloques naturales, éstos vinieran de lugares mucho más
cercanos al sitio. Cualquiera que fuera la distancia, los experimentos lle-
vados a cabo en el desplazamiento de réplicas de piedras de 40 toneladas
a través de este terreno indican que debieron necesitarse equipos de 130
personas o más para arrastrar las piedras, que irían atadas con correas a
patines de madera a lo largo de raíles de madera engrasados (RICHARDS
Y WHITBY, 1997). Es difícil asegurar que esa fuera la técnica que se utili-
zaba realmente. En un experimento similar en Francia occidental, una ré-
plica de 32 toneladas que requería 200 personas para moverla tirada por
cuerdas pudo ser impulsada por sólo 10 personas empleando un sistema
de rodillos con “remos” encajados. En el otro extremo de la escala, piedras
de sólo 2 ó 3 toneladas pueden haber sido manipuladas por equipos de
sólo media docena de personas, lo que se situaría dentro de la capacidad
de una sola comunidad o incluso de los habitantes de una pequeña granja.
Las piedras más grandes, sin embargo, deben haber exigido el trabajo coo-
perativo de varios cientos de personas o más.
En una época en la que las densidades de población en Europa occi-
dental eran relativamente bajas, la construcción de grandes monumen-
tos hubiera hecho necesaria la reunión de gente y de comunidades
desde amplias áreas. La idea que puede explicar mejor ese proceso es
la peregrinación. Ciertos lugares, tal vez algunos monumentos, se con-
virtieron en lugares de energía sagrada que atraían a gente de todas
partes. Los círculos de Stonehenge y de Avebury ejemplifican el pro-
ceso. Ambos tienen grandes piedras individuales que habrían exigido
un gran número de personas para moverlas y levantarlas. Aunque los
paisajes vecinos hubieran estado plagados de bloques de sarsen (are-
nisca), y por tanto el material hubiera estado disponible más a mano de
lo que se creía tradicionalmente, el esfuerzo necesario para mover y le-
vantar las piedras más grandes (y en el caso de Stonehenge, tallarlas
para darles forma) habría estado fuera del alcance de la capacidad in-
dividual de una comunidad cualquiera. Como hemos visto, se ha esti-
mado que las piedras más grandes en Stonehenge pesan 40 toneladas;
la más grande en Avebury, la llamada Cove Stone, supera incluso a esta
piedra con en torno a 60 toneladas. Las piedras más pequeñas en Sto-
nehenge también proporcionan evidencias de que el carácter sagrado
de estos grandes monumentos se extendía por amplias regiones. Aun-
que estas piedras más pequeñas, llamadas bluestones (piedras de dole-
rita), pesan menos de 2 toneladas, el estudio petrológico ha demostrado
que vinieron de las colinas de Preseli en el Suroeste de Gales, a más de
200 km de distancia. Las bluestones no son especialmente llamativas
en sí mismas, pero se originaron en un lugar de afloramientos imponen-
tes con bloques de piedrasueltos alrededor de la base de un acantilado
(imagen 3 a y b). Es muy posible que las colinas de Preseli fueran con-
sideradas un lugar sagrado por los constructores de Stonehenge, pero
el movimiento del material a tan largas distancias indica que los monu-
mentos como Stonehenge fueron venerados y respetados mucho más
allá del área local (DARVILL, 2006). Las bluestones pudieron haber sido
traídas a su lugar definitivo como parte de una tradición de peregrina-
ción a larga distancia. La capacidad de Stonehenge para atraer gente (y
no sólo materiales) de lejos ha sido demostrada por los recientes des-
cubrimientos. A dos kilómetros al sureste, un rico enterramiento campa-
niforme contenía los restos mortales del llamado “arquero de
Amesbury”. El análisis isotópico de sus dientes reveló que este individuo
había vivido en Europa continental hasta la edad adulta, en la que debió
viajar al área de Stonehenge. Otro sepulcro, el de “los arqueros de Bos-
combe”, contenía los restos de seis personas (cuatro varones adultos,
3 a y b. Stonehenge en el sur de Gran Bretaña, con uno de los espectaculares afloramientos
en Preseli Hills en el sur de Gales (derecha), de donde se obtuvieron algunas de las piedras
más pequeñas / Fotos: Chris Scarre
3a 3b
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dos adolescentes), cuyas firmas isotópicas sugirieron su origen al oeste
de Gran Bretaña, posiblemente en la misma zona del sudoeste de Gales,
de donde preceden las bluestones (SCARRE, 2007).
El concepto de peregrinación también puede explicar el tamaño y la so-
fisticación de los monumentos megalíticos en otras áreas de Europa
occidental. Una de las mayores concentraciones de tales monumentos se
encuentra en el área de Morbihan en la Bretaña meridional. Entre los mo-
numentos de Morbihan existen túmulos funerarios enormes tales como
el Tumulus de Saint-Michel (que mide 120 m de largo, 60 m de ancho y
10 m de alto, con espacio suficiente para acomodar una capilla del siglo
XVII en su cumbre) y las filas de piedra de Carnac, especialmente las de
Kerzehro, Kermario y Le Ménec, cada una de las cuales se extiende por
más de un kilómetro y están formadas por más de 1000 menhires indi-
viduales. En términos de tamaño, sin embargo, el primero es el Gran Men-
hir de Brisé en Locmariaquer (imagen 4). Este enorme monolito ahora se
encuentra roto en cuatro fragmentos, pero cuando estaba intacto habría
llegado a 20 metros de alto, el menhir más grande jamás erigido por las
comunidades prehistóricas en Europa occidental. Parece haber sido tam-
bién uno de los primeros. Aunque la datación de menhires individuales es
difícil y a menudo problemática, en el caso del Gran Menhir Brisé sabemos
que se colocó originalmente en posición vertical (se ha localizado la fosa
de cimentación) y que se cayó hacia finales del quinto milenio, puesto
que la superficie sobre la que descansa hoy día contiene material de ese
período. El Gran Menhir Brisé presenta otras tres características desta-
cadas. Primero, sus superficies fueron talladas cuidadosamente golpeán-
dolas repetidamente y limándolas con mazos de piedra para producir una
superficie afacetada. Además, en una cara aparece un dibujo que algu-
nos han interpretado como un cachalote, y que fue trabajado en alto re-
lieve. La segunda característica destacable del Grand Menhir Brisé es su
tamaño. Se ha estimado que las piedras más grandes de Stonehenge
pesan 40 toneladas: cuando fue terminado, el Grand Menhir Brisé pesaba
aproximadamente 280 toneladas. El reto de transportar y levantar un
monolito tan inmenso sólo con la tecnología premoderna habría sido ex-
traordinario, hasta el punto de que sea difícil entender cómo se logró con
éxito. El logro es aún mayor teniendo en cuenta que la tercera caracte-
rística más importante del Grand Menhir Brisé (un bloque de ortogneis)
es que fue trasladado desde una distancia de por lo menos 10 km hasta
el lugar donde fue erigido (LE ROUX, 1997). El transporte y el levanta-
miento de tal piedra habrían exigido el esfuerzo cooperativo de varios
miles de personas, tal vez reunidas desde una amplia área del noroeste
de Francia. Su caída y fractura, resultado probablemente de un terre-
moto, debió causar una conmoción en toda la región.
El cimiento en el cual el Gran Menhir Brisé se colocó originalmente se en-
cuentra al final de una fila de agujeros de piedra, marcando el sitio de lo
que fue un alineamiento. Las piedras restantes fueron extraídas y des-
menuzadas, siendo por lo menos algunos de los fragmentos resultantes
reciclados y reutilizados en sepulcros de corredor en los alrededores. El
alineamiento de 18 agujeros para calzar menhires, más el propio Grand
Menhir Brisé, parece empequeñecerse sin embargo por las largas hileras
de piedra de Kerzehro, de Kermario y de Le Ménec (imagen 5). Las piedras
individuales en estos alineamientos kilométricos son básicamente más
pequeñas que las del Gran Menhir Brisé, y habrían requerido de pocas
personas para transportarlas y erigirlas, pero lo que les falta en tamaño
es compensado por su gran número. De nuevo se puede pensar que las
filas de piedras marcan localizaciones sagradas que eran quizás centros
de peregrinación. Las mismas comunidades que se habían reunido para
levantar el Gran Menhir Brisé pudieron haber vuelto año tras año para
levantar las alineaciones de Carnac. El carácter progresivo de estos pro-
yectos a veces se pone de manifiesto por la disposición de las filas de
piedras, o se puede documentar con el estudio cuidadoso de cada una de
las piedras. Las largas filas de piedras de Le Ménec terminan en su ex-
tremo occidental (y originalmente también en el oriental) en un recinto
oval delimitado por piedras verticales (imagen 6). La entrada original al
recinto oval occidental en su lado este se abre entre dos de las filas de
piedras en mitad de las alineaciones. Se ha sugerido que éste era el di-
seño original, con una avenida simple de dos filas que proporcionaba una
vía procesional que llevaba al recinto cuesta arriba. Por el contrario, las
filas de piedras que flanquean esta avenida central en el lado norte se
dispersan tanto que, si se hiciera una proyección, perderían la dirección
hacia el recinto (BURL, 1993). Puede ser que estas filas suplementarias
fueran agregadas progresivamente como acto de veneración por los pe-
regrinos o los visitantes a lo largo de un período de décadas o de siglos.
La multiplicación de las filas de piedras de Carnac, donde 10 o más filas
de piedras están hoy en paralelo a través del paisaje, puede, por lo tanto,
no ser parte del diseño original, sino resultado de una serie de modifica-
ciones posteriores.
La peregrinación pudo, por lo tanto, haber traído a gente de largas dis-
tancias a estos grandes santuarios. Las conexiones entre las fronteras
modernas pueden probarse de otras formas. Una de las principales cate-
gorías de artefactos procedentes de los túmulos más grandes del quinto
milenio en Morbihan meridional son las cuentas y colgantes de variscita
(no menos de 251 cuentas en Tumiac, y 126 cuentas y 10 colgantes
del Tumulus de Saint-Michel, por citar sólo dos de estos sitios). Existen
canteras de esta piedra verdosa en Francia, la más cercana de ellas en
Pannecé en Loire-Atlantique. El análisis compositivo de la variscita pro-
cedente de los túmulos de Carnac ha demostrado, sin embargo, que su
origen está en la Península Ibérica, en Cataluña y posiblemente Huelva.
Otras cuentas de collar y pendientes de variscita encontrados en Breteña
procedían del noroeste de Iberia (HERBAUT Y QUERRÉ, 2004). El hecho
de que se encuentren muy pocas en Francia occidental, al sur del río
Loira, sugiere que el tráfico fue direccional, esto es, que se centró espe-
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cíficamente en centros emergentes del poder sagrado o secular en Bre-
taña meridional. La conexión pudo perfectamente haber sido de natura-
leza marítima. La estrecha relación entre Galicia y Bretaña en este
período se demuestra por los hallazgos de las hachas de fibrolita en Ga-
licia, morfológicamente idénticas a las de Galicia, y por el motivo conocido
como la “Cosa” (“The Thing”) tallado en las tumbas megalíticas en ambas
regiones (muy significativos los ocho ejemplos tallados en el ortostatos
C6, probablemente un menhir anterior, del Dolmen de Dombate, Galicia).
Las interpretaciones recientes de La Cosa como cachalote nos recuerdan
de nuevo el papel del mar en las conexiones interregionales (CASSEN Y
VAQUERO LASTRES, 2000). Enlaces marítimos similares conectan el re-
lativamente escaso arte megalítico de Gran Bretaña occidental y del
norte (en particular, las Islas Orcadas y el norte de Gales) con el registro
arqueológico del Valle de Boyne (Irlanda), que es mucho más prolífico. Es
muy probable que hubiera contactos a través del mar irlandés. De hecho,
es fácil suponer que la gente que labró los motivos en los ortostatos del
sepulcro de Barclodiad y Gawres, en Anglesey, hubieran visto ellos mis-
mos las tallas realizadas en las tumbas irlandesas, como las de Knowth
y Dowth. El contacto con las Islas Orcadas puede observarse en la misma
distribución de la cerámica “Grooved Ware” en el tercer milenio, cuando
de nuevo el Valle Boyne y las Islas Orcadas eran centros importantes.
CONEXIONES Y ORÍGENES:
¿“PUEBLO MEGALÍTICO” O CREENCIA COMPARTIDA?
La evidencia de conexiones entre las distintas “provincias” megalíticas
del oeste y del norte de Europa plantea cuestiones significativas e im-
portantes referentes a los orígenes de la tradición megalítica. En 1865,
cuando el barón de Bonstetten en su Essai sur les Dolmens escribió la
primera interpretación genérica sobre tumbas megalíticas europeas, se
vio sorprendido por su pauta de distribución que se extendía desde el
4. El Gran Menhir Brisé en Locmariaquer en el sur de Bretaña. Originalmente de unos 20 me-
tros de altura, se encuentra fragmentado en cuatro piezas. La forma elaborada de las superfi-
cies es particularmente evidente en el fragmento más grande (abajo a la derecha) / Fotos:
Chris Scarre. Fuente: Dibujo basado en Bailloud et al., 1995
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Báltico al Mediterráneo. Él concluyó que había habido un único pueblo,
asentado entre esas dos orillas, que había construido los grupos de tum-
bas (dólmenes), un pueblo cuyo nombre y su misma existencia habían
quedado perdidos en las nieblas del tiempo prehistórico. Su distribución
trazó la “gigantesca peregrinación” de un pueblo entero, como preludio
a las migraciones posteriores de los pueblos históricamente conocidos
como los celtas, godos y vándalos.
El concepto de Bonstetten de un “pueblo megalítico” o de una “raza me-
galítica” se aplicó durante la segunda mitad del siglo XIX y fue amplia-
mente utilizado todavía en la primera mitad del siglo XX. Muchas
interpretaciones de este período incluían mapas que mostraban la distri-
bución de monumentos megalíticos con flechas indicando la dirección
de su dispersión. Bonstetten prefirió situar su origen en el norte de Eu-
ropa, pero descubrimientos tales como los templos malteses pronto vol-
vieron a dirigir la atención al Mediterráneo como el lugar preferente de
origen. Gradualmente, la idea de la migración de pueblos enteros dio lugar
a una opinión más matizada sobre el tipo de conexión en cuestión. Algu-
nos sostuvieron que fueron prospectores metalúrgicos procedentes de
los primeros estados del Próximo Oriente los que viajaron por mar bus-
cando nuevas fuentes de metal para sus sociedades, ávidas de abaste-
cimiento de metales. Otros dieron mayor relevancia al carácter
claramente ritual de los monumentos megalíticos, sosteniendo que su
expansión estaba relacionada con la religión. El principal defensor de esta
visión, el arqueólogo australiano Gordon Childe, desarrolló la noción de los
“misioneros megalíticos” que viajaban del Mediterráneo hacia el norte a
lo largo de las vías marítimas atlánticas, trayendo con ellos una nueva
religión que fue ligada directamente a la construcción de monumentos
megalíticos (CHILDE, 1940).
Estas teorías “difusionistas” que consideraban un único origen para los
monumentos megalíticos seguido de su propagación a través de amplias
áreas del oeste y del norte de Europa fueron dominantes hasta los años
60 y los años 70 en los que la datación de radiocarbono proporcionó por
primera vez la posibilidad de fechar los monumentos a través de técnicas
científicas. Los resultados de la datación de radiocarbono revelaron que
el patrón cronológico de los monumentos megalíticos no era de unos pri-
meros monumentos mediterráneos seguidos de otros progresivamente
más tardíos según se desplazaba uno hacia la fachada atlántica. Por el
contrario, los primeros monumentos parecían estar situados en Bretaña,
aunque en Escandinavia meridional, Irlanda y Portugal también fueron
identificados núcleos tempranos de monumentos megalíticos. Los nue-
vos datos cronológicos fueron acompañados por una nueva agenda cien-
tífica que intentó entender la construcción de los monumentos en
términos sociales. Así, algunos arqueólogos, como Colin Renfrew, sos-
tuvieron que el patrón de las dataciones del radiocarbono indicaba que
los monumentos megalíticos se habían originado de forma indepen-
diente en varias regiones distintas de Europa occidental aproximada-
mente al mismo tiempo (RENFREW, 1976). Este patrón del desarrollo
convergente podía ser explicado por la presión demográfica resultante
de la extensión de la agricultura en Europa. Varios de los primeros cen-
tros de tumbas megalíticas coincidían con áreas donde las comunidades
de cazadores-recolectores habían sido muy numerosas y prósperas. En
el sur de Escandinavia, Bretaña y Portugal, había cementerios sólo de
cazadores-recolectores de la fase final del Mesolítico. Cuando la agricul-
tura (y los agricultores), procedente desde el sudeste de Europa, alcanzó
los límites occidentales y septentrionales de Europa, la carencia de más
tierra para extenderse y la competencia entre los cazadores-recolectores
locales generaron presiones sociales intensas que impulsaron a los pri-
meros agricultores a construir monumentos perdurables para marcar su
legitimidad y posesión de la tierra. Los procesos de este tipo, que funcio-
naron en paralelo a lo largo de las costas norteñas y occidentales de Eu-
ropa, sirvieron para explicar los orígenes y la distribución de los
monumentos megalíticos.
La teoría de orígenes independientes múltiples es sin embargo difícil de
sostener dada la clara semejanza entre los monumentos megalíticos en
las diversas regiones de la Europa atlántica. Los primeros agricultores no
sólo construyeron los monumentos, sino que lo hicieron con materiales
y formas similares, lo que sugiere fuertemente un sistema común de en-
tendimiento o (más probable) un alto grado de conexión entre ellos. Men-
cionamos anteriormente la evidencia del contacto directo entre
Anglesey e Irlanda, y entre Bretaña y Galicia. Otra característica de impor-
tancia es la repetición de la forma del “sepulcro de corredor y cámara”
desde el Algarve hasta Escandinavia. La característica dominante de este
tipo de sepulcro es la creación de un pasadizo construido en piedra que
permitía un acceso continuado a la cámara durante mucho tiempo des-
pués de que la tumba hubiera sido terminada. El corredor pudo haber sido
utilizado en una variedad de maneras: para introducir los nuevos cuerpos
en la cámara (la mayoría, si no todas, de estas tumbas que son lugares de
enterramiento colectivo a veces alberga los restos de varios cientos de
individuos); para permitir el desalojo de partes esqueléticas después de
que los cuerpos se hubieran descarnado (la mayor parte de los esquele-
tos están incompletos, dándose en algunos casos la clasificación y el
amontonamiento de elementos significativos tales como los cráneos y
los huesos largos); o para permitir la entrada de individuos en las tumbas
para estar en comunión con los espíritus de los muertos. El valor geo-
gráfico del sepulcro de corredor sugiere un cierto sistema de ideas o de
prácticas comunes que fue comunicado y compartido extensamente
entre las comunidades de constructores de megalitos de Europa sep-
tentrional y occidental.
Otra característica compartida en gran parte de esta región (aunque
no toda) es la orientación de la entrada de la tumba. Las investigacio-
PH Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico
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nes en la Península Ibérica y Francia occidental hasta Bretaña han re-
velado una preferencia casi universal por la orientación de los corredo-
res entre el sur y unos pocos grados al norte del este. Esta orientación
recurrente sugiere fuertemente que las entradas de la tumba fueron
alineadas hacia la posición de salida del sol; la variación (entre 180° y
80°) era, en parte, la consecuencia del cambio de la posición de salida
del sol en las diferentes estaciones del año. Así, se documenta que
aproximadamente la mitad de la región megalítica europea comparte la
disposición u orientación de los monumentos hacia la salida del sol
(HOSKIN, 2001). Esto puede haber estado asociado con la idea de re-
generación, o con mitologías y cosmologías prehistóricas que estuvie-
ron directamente vinculadas con los acontecimientos solares y
celestiales. La orientación hacia el orto solar se observa también más
allá de esta zona, en sitios tales como Newgrange, donde el corredor
largo y elevado se orientaba cuidadosamente para permitir que la luz
del sol brillara a través de una “claraboya” o abertura construida en la
entrada de la cámara. En este caso, sin embargo, la orientación es hacia
el solsticio de invierno y no al solsticio de verano. La orientación de
Newgrange asegura que este efecto se produzca solamente algunos
días alrededor del solsticio de invierno, cuando los rayos de salida del
sol brillan en el corredor e iluminan un adorno en triple espiral tallado
en uno de los ortostatos de la parte posterior de la cámara. El simbo-
lismo de la regeneración en la época más oscura y más fría del año sería
muy impactante. Las orientaciones solares, lunares y estelares también
se han relacionado con los círculos de piedra y las alineaciones de pie-
dras. La más famosa de éstas es la orientación solar de Stonehenge. El
anticuario William Stukeley observó ya en 1723 que el eje principal de
Stonehenge fue alineado hacia la salida del sol en el solsticio de verano
(todavía hoy día se reúnen multitudes todos los años para presenciar
el evento). Sin embargo, se puede sostener el argumento de que la
orientación verdadera de Stonehenge no es hacia el solsticio de pleno
verano, sino en la dirección diametralmente contraria, hacia el ocaso
del sol en el solsticio de invierno (CHIPPINDALE, 2004).
EL DESAFÍO DE LA CRONOLOGÍA
La cronología sigue siendo uno de los principales desafíos en nuestra
comprensión de los monumentos megalíticos. Como hemos visto, fue la
llegada de la datación por radiocarbono la que puso en crisis por primera
vez la convicción, durante mucho tiempo mantenida, de que los monu-
mentos megalíticos tenían su origen en la Península Ibérica o el Medite-
rráneo y que la tradición megalítica se había propagado desde allí hacia
Europa occidental y septentrional. Sin embargo, mientras que ahora está
claro que algunos de los más antiguos monumentos megalíticos se en-
cuentran en Bretaña y Portugal, es conveniente observar que muchas
de las primeras dataciones radiocarbónicas, publicadas en los años 60 y
utilizadas para apoyar la hipótesis de los orígenes en Francia septentrio-
nal y el occidente de la Península Ibérica, se han desacreditado o cues-
tionado desde entonces. Esto incluye, en particular, la serie de
dataciones para el túmulo de cámaras múltiples de Barnenez, en la costa
del norte de Bretaña (imagen 7). El túmulo aloja al menos 11 sepulcros
de corredor, accesibles por corredores largos que se abren en su flanco
meridional. Entre ellos están los que tradicionalmente se han conside-
rado como ejemplos clásicos de sepulcros de corredor “atlánticos” tem-
pranos, con techumbres de falsa cúpula hechas con aparejo de
mampostería y dataciones radiocarbónicas que sugieren que se cons-
truyeron en la primera mitad del quinto milenio a. de C. Lo que se fechó,
sin embargo, no fue el monumento en sí mismo el carbón. Además, de un
total de 13 fechas obtenidas por radiocarbono, sólo cinco cayeron dentro
del período neolítico; otras eran mucho más recientes, situadas incluso en
la Edad Media, lo que indica que las cámaras funerarias habían conti-
nuado siendo visitadas durante miles de años después de que fueran
5. Las alineaciones de Le Ménec en Carnac en el sur de Bretaña según una litografía del siglo
XIX / Fuente: Deane, J. B., 1834
6. El final por el oeste de las alineaciones de Le Ménec: (a) la disposición original propuesta
por Aubrey Burl, con una doble avenida acercándose a la entrada del recinto oval, (b) el plan
final, con la propuesta de añadir nuevas filas de piedras en cada lado de la avenida original /
Fuente: Burl, A., 1993
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construidas. En la actualidad, no parece claro si el carbón fechado estaba
asociado con seguridad con la construcción inicial (SCARRE, 2003).
El problema de fechar estos monumentos reside esencialmente en el
hecho de que los métodos usados son generalmente aplicables sola-
mente al material encontrado en asociación, y no a las estructuras pro-
piamente. Por lo tanto, la datación radiocarbónica, que sigue siendo el
método más ampliamente utilizado, se puede aplicar solamente a los ma-
teriales orgánicos. En el caso de los monumentos funerarios, en los que
dentro se encuentran restos humanos, la duda viene en parte paliada
por el hecho de que esos restos fechan el período inmediato (o algo pos-
terior) en el que el monumento fue construido. Sin embargo, numerosos
monumentos megalíticos de Europa occidental se encuentran en áreas
geológicas ácidas donde los restos humanos raramente se han preser-
vado. Esto ocurre, por ejemplo, en todo el noroeste de Francia, y en las
áreas extensas del occidente de la Península Ibérica, incluyendo Galicia
y el Alentejo portugués. En estas áreas, que contienen algunos de los
monumentos megalíticos más impresionantes, la datación fiable sigue
siendo unos de los principales desafíos. Este es uno de los principales
problemas el caso de los menhires, ya sean individuales o agrupados en
círculos y alineaciones. A veces es posible fechar carbón encontrado den-
tro del relleno de las fosas o agujeros de cimentación en las cuales estas
piedras fueron levantadas, pero de nuevo es difícil estar por completo
seguros de que ese carbón fuera contemporáneo al levantamiento de la
piedra. Otras alternativas a la datación por radiocarbono, en particular la
datación por luminiscencia (que determina el tiempo transcurrido desde
que una superficie fuera expuesta por última vez a la luz del sol), ofrecen
un cierto potencial para superar estas limitaciones. Teóricamente, la da-
tación por luminiscencia se puede aplicar directamente a bloques de gra-
nito, permitiéndonos fijar el momento en el que sus bases fueron
enterradas en la tierra, pero el método es bastante menos exacto que la
datación por radiocarbono.
En circunstancias favorables, por el contrario, la cronología de los monu-
mentos megalíticos y las actividades a ellos asociadas se pueden fijar
con seguridad y precisión. Un buen ejemplo es proporcionado por las cá-
maras megalíticas pintadas en el noreste de la Península Ibérica, donde
la datación radiocarbónica por AMS ha permitido fechar cantidades mi-
núsculas de carbón de leña dentro de los motivos pintados en las pare-
des de la cámara (STEELMAN et al., 2005). Otro ejemplo es suministrado
por la media docena de sepulcros de corredor daneses, en los que se
puso corteza de abedul doblada entre las hiladas de mampostería que
llenaron los espacios entre los ortostatos megalíticos. Se puede fechar
por radiocarbono la corteza de abedul, lo que demuestra que estas tum-
bas fueron construidas en un periodo muy corto de tiempo a finales del
cuarto milenio a. de C. (DEHN Y HANSEN, 2006). De hecho, parece que
varios miles de sepulcros de corredor daneses de diseño muy similar fue-
ron construidos dentro de un período de sólo 200 años. Es posible que
en muchas áreas de Europa occidental las tumbas megalíticas que sobre-
viven fueran construidas en relativamente breves e intensos periodos
de actividad. Es solamente nuestra incapacidad para fecharlas exacta-
mente lo que nos impide la identificación de estos patrones.
Sin embargo, muchas tumbas con cámaras y otros monumentos mega-
líticos no eran el producto de episodios singulares de construcción, sino
el resultado de actividades que se extendían durante décadas o siglos.
Las excavaciones recientes demuestran cada vez con más frecuencia
cómo las tumbas se construían a menudo lugares donde anteriormente
había habido actividad. En algunos casos, una tumba pudo cubrir los res-
tos de una casa anterior. En estos casos, la gente enterrada en la tumba
pudo haber sido la que había vivido antes en esa vivienda o había tenido
cierta vinculación cercana con ella. En otros casos, las tumbas incorpo-
raron trazas de actividad funeraria anterior. En Gran Bretaña y el norte de
Europa, una categoría importante de monumentos son los túmulos lar-
gos que cubren los restos de una cámara funeraria de madera. La cámara
de madera sirvió como estructura funeraria para albergar los restos hu-
manos antes de que el túmulo fuera construido sobre ésta; general-
7. El sepulcro de corredor con cámaras múltiples de Barnenez (norte de la Bretaña) / Foto:
Chris Scarre. Fuente: Dibujo basado en Giot, P. R., 1987
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mente, después de que la estructura de madera se quemara intenciona-
damente. En estos casos, el túmulo largo actuaba como monumento
conmemorativo para la actividad funeraria que había precedido a su
construcción. En algunos casos, como en Bygholm Norremark en Dina-
marca o Wayland’s Smithy en Gran Bretaña meridional, el túmulo largo
que cubre el sitio de la estructura anterior de madera tenía su propia cá-
mara de enterramiento, esta vez de construcción megalítica.
Recientemente, una serie de túmulos largos de Gran Bretaña meridional
ha sido el tema de un programa intensivo de datación de carbones y res-
tos humanos. Hasta 44 dataciones fueron obtenidas para cada sitio, per-
mitiendo reconstruir la cronología detallada de la construcción,
modificación y actividad funeraria. Los resultados (analizados con esta-
dística Bayesiana) revelaron un patrón de acontecimientos comprendido
en el tiempo de dos o tres generaciones (BAYLISS Y WHITTLE, 2007).
Estas secuencias detalladas nos recuerdan que los monumentos mega-
líticos y los túmulos largos de tierra fueron construidos por individuos
reales con antecedentes familiares propios, y que un monumento cons-
truido por una generación pudo ser modificado o embellecido por sus
hijos o nietos. Tales estudios ayudan a rescatar los monumentos mega-
líticos de la oscuridad de un pasado despersonalizado.
MONUMENTOS MEGALÍTICOS, CUERPOS HUMANOS
Y SIMBOLISMO DE LAS PIEDRAS
La cronología no es el único desafío al que se enfrentan los arqueólogos
que intentan hoy entender los monumentos megalíticos. Otra cuestión
clave es la relación de estos monumentos con el cuerpo humano. En el
caso de las tumbas con cámaras en áreas de suelos alcalinos, la conexión
es visible y directa en un sentido concreto: a través de los restos de es-
queletos preservados enterrados en la tumba. Muchas cámaras megalí-
ticas fueron diseñadas y pensadas como enterramientos colectivos, lo
cual plantea preguntas sobre la naturaleza de la sociedad, el simbolismo
funerario y los sistemas prehistóricos de creencias. En algunos casos,
está claro que los cuerpos fueron depositados sucesivamente dentro de
la cámara y se dejaron más o menos sin tocar a partir de entonces. Más
numerosos y llamativos son los ejemplos en los que el material óseo está
incompleto, abarcando elementos de docenas o aún de centenares de
individuos, ninguno de cuyos esqueletos se encuentra íntegro en su to-
talidad. Puede ser que la retirada selectiva de huesos de cámaras de en-
terramiento fuera una práctica extendida, y el descubrimiento de huesos
aislados en otros contextos (sea asentamientos o recintos) podría ates-
tiguar la conservación de huesos como reliquias de difuntos.
Junto a los restos humanos enterrados dentro de las tumbas con cáma-
ras está la cuestión del antropomorfismo potencial de los bloques me-
galíticos. Durante más de doscientos años, los anticuarios y los arqueó-
logos han reflexionado sobre el significado de la construcción megalí-
tica. ¿Por qué se emplearon piedras de tamaño tan extravagante
cuando las pequeñas piedras en hiladas regulares de mampostería ha-
brían sido más fáciles de manipular? Se podría proponer un gran número
de explicaciones, y entre ellas se encuentra la de que algunos de los
bloques monolíticos, quizás muchos, eran considerados en cierta ma-
nera representaciones de seres humanos. Esto puede ilustrarse a partir
del gran número de piedras que se tallaron con características humanas
o se modelaron con semejanza a la forma humana. Estas piedras eran
originalmente menhires exentos, aunque muchos de ellos fueron incor-
porados más adelante a la estructura de tumbas con cámaras. La gran
losa “con hombros” que forma la piedra del suelo del túmulo del sepulcro
de corredor Petit Mont II en Bretaña meridional es una de las ilustracio-
nes más gráficas de este proceso: la “cabeza” redondeada separada del
“cuerpo” por curvas cóncavas que terminaban en “hombros” bien defini-
dos. La piedra estuvo originalmente en un extremo del túmulo de tierra
que se encontraba bajo el túmulo del sepulcro de corredor hoy visible.
Otras losas de piedra en Bretaña y la cuenca de París se tallan con mo-
tivos pareados que se pueden interpretar como pechos femeninos, y
éstos se pueden comparar con el menhir estatua completo de Le Câtel
en Guernesey, con cabeza, hombros, collar y pechos (imagen 8).
¿Podría ser que la tradición megalítica tuviera sus orígenes en la tradición
de tratar a ciertos bloques megalíticos como si fueran “humanos”? Esta
idea toma peso al examinar la tradición popular que ha atribuido habi-
tualmente cualidades humanas a los monolitos megalíticos. Así, como
vimos antes, el círculo de piedras Merry Maidens en Cornualles era inter-
pretado como un grupo de mujeres jóvenes atolondradas convertidas en
piedra por bailar en el Sabbath. Asimismo, las hileras de piedras de Carnac
a veces han sido vistas como soldados romanos petrificados a través de
la intervención divina para frustrar su persecución de Saint Cornély. Los
datos etnográficos también apoyan la idea de que los monolitos mega-
líticos son considerados a veces representaciones de personas. El pueblo
merina de Madagascar, por ejemplo, llama a ese tipo de piedras valotahy
o “piedras-hombre”.
Además de las cualidades humanas que han sido atribuidas a los menhi-
res y monolitos, debemos también considerar la conexión con lugares de
especial importancia en el paisaje. La mayor parte de los monumentos
megalíticos están formados por materiales traídos de áreas próximas. En
la planicie de norte Europa, por ejemplo, donde los monumentos fueron
construidos a partir de bloques “erráticos” desplazados por glaciares, los
campos de bloques pétreos de los que proviene el material se encuen-
tran normalmente en un radio de medio kilómetro de la zona de cons-
trucción. Igualmente, sin embargo, hay casos en los que sin ninguna
razón aparente, los bloques megalíticos fueron traídos desde distancias
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8. La estatua menhir de Le Câtel en Guernsey (1981) / Foto: Chris Scarre. Fuente: Dibujo
basado en Shee Twohig, 1981
9a y b. Los ortostatos sobrevivientes del Anta da Lajinha, Portugal (a la izquierda) y aflora-
mientos de columnas de esquisto (a la derecha), una de estas losas puede haber sido sepa-
rada / Fotos: Chris Scarre
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mucho más grandes. Las bluestones de Stonehenge son uno de los
ejemplos más claros de esto, pero no el único. En el Vale de Rodrigo cerca
de Évora, por ejemplo, tres impresionantes sepulcros de corredor (más
uno hoy destruido) fueron construidos en gran parte de material de la
zona, pero incorporando bloques de granodiorita porfírica traídos desde
8 km o más. Estos bloques no poseían ninguna cualidad especial para la
ingeniería, y de hecho entre las piedras de cobertura (“las cobijas”) de la
Tumba 2 de Vale de Rodrigo hay sólo una de granodiorita porfírica que
se ha fracturado por el peso del monumento, pero debe haber habido
algo especial en el lugar de origen que dio a esos bloques una cierta im-
portancia (KALB, 1996; LARSSON, 1998).
Por lo tanto, para entender los monumentos megalíticos debemos tener
en consideración el paisaje en el que éstos fueron construidos. Hoy, si-
glos de limpiezas y de agricultura han eliminado los bloques y aflora-
mientos de piedras que una vez se esparcían por las principales áreas de
monumentos megalíticos. El lugar del que procedían los bloques de pie-
dra era frecuentemente un elemento llamativo en el paisaje. Los trabajos
recientes en Anta da Lajinha, en el interior de Portugal, son un buen
ejemplo. Los ortostatos de la pequeña cámara de enterramiento que han
sobrevivido han sido traídos de los afloramientos columnares de esquisto
que atraviesan las laderas cercanas (imagen 9a y b). Éstas fueron las me-
jores fuentes locales de losas megalíticas y monumentos naturales des-
tacados en sí mismos, características inconfundibles de un paisaje local
que pudo haber poseído todas las supersticiones y asociaciones que
están documentadas en el folclore y la etnografía de manera tan per-
suasiva. Por lo tanto, la tradición megalítica no fue meramente arquitec-
tura oportunista y primitiva, obra de gente que no sabía cómo construir
con mampostería de materiales de dimensiones más manejables. Se tra-
taba de una elección concreta, vinculada a creencias sobre el paisaje,
sobre el simbolismo de la piedra, y tal vez de los atributos humanos en-
cerrados en las grandes losas monolíticas.
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mucho más grandes. Las bluestones de Stonehenge son uno de los
ejemplos más claros de esto, pero no el único. En el Vale de Rodrigo cerca
de Évora, por ejemplo, tres impresionantes sepulcros de corredor (más
uno hoy destruido) fueron construidos en gran parte de material de la
zona, pero incorporando bloques de granodiorita porfírica traídos desde
8 km o más. Estos bloques no poseían ninguna cualidad especial para la
ingeniería, y de hecho entre las piedras de cobertura (“las cobijas”) de la
Tumba 2 de Vale de Rodrigo hay sólo una de granodiorita porfírica que
se ha fracturado por el peso del monumento, pero debe haber habido
algo especial en el lugar de origen que dio a esos bloques una cierta im-
portancia (KALB, 1996; LARSSON, 1998).
Por lo tanto, para entender los monumentos megalíticos debemos tener
en consideración el paisaje en el que éstos fueron construidos. Hoy, si-
glos de limpiezas y de agricultura han eliminado los bloques y aflora-
mientos de piedras que una vez se esparcían por las principales áreas de
monumentos megalíticos. El lugar del que procedían los bloques de pie-
dra era frecuentemente un elemento llamativo en el paisaje. Los trabajos
recientes en Anta da Lajinha, en el interior de Portugal, son un buen
ejemplo. Los ortostatos de la pequeña cámara de enterramiento que han
sobrevivido han sido traídos de los afloramientos columnares de esquisto
que atraviesan las laderas cercanas (imagen 9a y b). Éstas fueron las me-
jores fuentes locales de losas megalíticas y monumentos naturales des-
tacados en sí mismos, características inconfundibles de un paisaje local
que pudo haber poseído todas las supersticiones y asociaciones que
están documentadas en el folclore y la etnografía de manera tan per-
suasiva. Por lo tanto, la tradición megalítica no fue meramente arquitec-
tura oportunista y primitiva, obra de gente que no sabía cómo construir
con mampostería de materiales de dimensiones más manejables. Se tra-
taba de una elección concreta, vinculada a creencias sobre el paisaje,
sobre el simbolismo de la piedra, y tal vez de los atributos humanos en-
cerrados en las grandes losas monolíticas

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