El MAGNÍFICAT obra de la virgen Maria santisima.
46 María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor,
47 y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,
48 porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
49 porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
50 Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
52 Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
55 como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
Comentario al Magnificat
María celebra la obra admirable de Dios
MAGNÍFICA OBRA MAESTRA
DEL MAGNÍFICAT DE MARÍA
En las Sagrada Escritura María habla siete veces. ¿Puede
usted nombrarlos? El conjunto más
extendido de palabras que tenemos de María es su “Magníficat”. Esta palabra “” Magníficat”
proviene del latín y significa “Ampliar”. Para acentuar, hacer
grande. Recuerde, mediante un “vidrio de aumento” se amplía el tamaño
de las letras pequeñas en la página. El Deseo
más grande de María, fue magnificar al Señor en todas sus palabras, oraciones,
acciones, silencio y sufrimiento—en una palabra, con todo su ser!
El “Magníficat” de María, puede encontrarse en LC. 1:46-56, en el
contenido de la “Visitación” de María a su prima S. Isabel.
Este bello himno/cántico de alabanza que estalla desde el
más puro e Inmaculado Corazón de María, nos puede servir como modelo en nuestra
propia vida de oración personal, y nos enseñan realmente alabar a Dios con todo
nuestro ser!
A continuación se presentan algunas reflexiones simples,
pero esperemos que útiles sobre el Magníficat de María!
1. El Alma de
María proclama la grandeza del Señor. María deseaba
vivir principio y Fundamento, que es precisamente esto: la llamada a alabar a
Dios. La forma más alta de la oración,
es la alabanza. Los coros más altos de los Ángeles han hecho esto, están
haciendo esto y seguirán haciéndolo— alabando la Trinidad en el cielo. Que María nos inspire a alabar al Señor.
2. ¡ALEGRÍA EN DIOS! María se regocija en Dios! La verdadera y auténtica
alegría, sólo puede encontrarse en Dios! Toda la humanidad desea sinceramente
alegría, pero muchos experimentan la tristeza, porque ellos buscan la alegría
en un Dios falso e ilusorio, un ídolo, un mero espejismo. El Diablo fácilmente puede presentar falsa
felicidad! María se regocija en Dios y por lo tanto nosotros deberíamos
regocijarnos también!
3. HUMILDAD. Dios ha visto la
bajeza (humildad) de su esclava. El
Catecismo de la Iglesia Católica subraya el hecho de que el orgullo, daña la
oración. La humildad de María, fue su
grandeza ante los ojos de Dios. Una
persona humilde reconoce que todo lo bueno que él puede hacer, viene de Dios, y
todos los males es su propio hacer. Que María obtenga para nosotros un corazón
humilde!
4. ME LLAMARAN BIENAVENTURADA! Verdad! Cada vez
que rezamos el Avemaría pedimos a María “Bendita”. “Bendita eres entre las mujeres…y
bendito es el fruto de tu vientre JESÚS!
Orar las ALABANZAS AL SANTÍSIMO para glorificar y alabar a Dios, así también
a María, la Madre de Dios
5. SANTO ES SU NOMBRE. María vive el segundo mandamiento — para
mantener santo el nombre del Señor. En reparación de los muchos que profanan el
nombre del Señor, con el Corazón Inmaculado de María, debemos alabar el SANTO
NOMBRE DEL SEÑOR (Rezar las alabanzas al Santísimo).
6 MISERICORDIA. El mayor atributo de Jesús es, ser elogiado
por María: SU MISERICORDIA! Los dos, el Beato Juan Pablo II y Santa Faustina
Kowalska alaban la misericordia de Dios como su mayor atributo. Pero la misericordia está relacionada, con
uno de los Dones del Espíritu Santo: TEMOR DE DIOS. “El temor del Señor,
es el principio de la Sabiduría”.
7. DIOS DERRIBÓ AL ORGULLOSO Y AL ARROGANTE. En la parábola del Fariseo y el Publicano, el
fariseo orgulloso, fue rechazado por Jesús, mientras que el publicano humilde y
contrito, fue exaltado. A todo momento nos debemos examinar nuestras
conciencias y nuestras vidas, para evitar que el polvo insidioso del orgullo,
nos acidifique y nos contamine, nuestra vida espiritual. Que María Virgen
interceda por nosotros!
8. DIOS ALIMENTA AL HAMBRIENTO, especialmente aquellos
que tienen hambre de la palabra de Dios y el hambre por el Pan de Vida. Nuestra
Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Fátima y Nuestra Señora de Lourdes,
pidieron que se construyera una iglesia. ¿Por qué? Para que Jesús pueda sanarnos
allí, mediante el Sacramento de la Reconciliación, pero también, para alimentarnos
en la Misa, a través de la recepción de la Santa Comunión, el “Pan de
Vida”. María nos enseña a vivir la
Bienaventuranzas: “Dichosos los que tienen hambre y sed de santidad, porque
serán saciados”. (Mt.5: 6). Que Nuestra Señora de la Eucaristía, nos ayude
a tener hambre de lo que realmente importa: la oración, la santidad, la Eucaristía,
(el Pan de Vida) y nuestro hogar celestial!
9. DIOS AYUDA A ISRAEL SU SIERVO! Los seguidores de Jesús deben ser verdaderos
siervos. Jesús dijo con gran claridad:
“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar Su
vida en rescate por muchos”. En la Última Cena, Jesús demostró el papel de
sirviente cuando Él, vertió el agua en
los pies de Sus discípulos y les dijo que amaran. El mas grande de los mandamiento es, amar a otros como yo os he
amado!
10. ABRAHAM. Es el Padre de la
fe. María es la mujer de fe. Incluso como María se quedo debajo de la Cruz de
su sufrimiento y el Hijo muriendo, nunca vaciló su fe. María nos enseña a ser agradecidos por la fe
que hemos recibido libremente como un regalo, no solo cultivar la fe, sino
también, a crecer en nuestra fe. Una de las maneras más eficaces para crecer en
nuestra fe, es compartir nuestra fe con otros.
El misterio de la Visitación, nos enseña a través del ejemplo de María,
que nuestra fe debe ser compartida por palabra y ejemplo de caridad activa!
En resumen, el Magníficat de María es una oración modelo
para todos nosotros. S. Luis de Montfort también sugiere que esta oración puede
servir como un excelente medio, para dar gracias a nuestro Señor Jesucristo,
después de recibirlo en la Sagrada Comunión!
¿Qué mejor manera de alabar al Señor Eucarístico, que a través del
Corazón Inmaculado de María!
Escrito: Fr. Ed. Broom/Traducción: Gloria Muñoz
Cántico de la santísima Virgen María
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
51 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
53 Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
54 Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,
1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.
Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.
Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.
2. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.
3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50).
¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.
En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también elMisericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.
4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).
Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).
Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.
5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).
María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.
Fuente: Audiencia general del Miércoles de 6 de noviembre 1996]
Cuando en 1508 Miguel Ángel recibe del papa Julio II el encargo de pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, ya habían participado en la decoración de sus muros laterales grandes maestros del Quattrocento italiano, entre los que podemos destacar a Domenico Ghirlandaio. En 1481, tras haber acometido Giovannino Dolci la reforma arquitectónica del espacio, el papa Sixto IV llamó a los pintores más destacados del momento –Botticelli, Perugino, Signorelli y Cosimo Rosselli–, para que realizaran ciclos dedicados a Moisés y a Cristo, con gran protagonismo en este último de la figura de san Pedro. Estos personajes referían la continuidad de Antiguo y Nuevo Testamento, reforzándola mediante la lectura prefigurativa que desde la tradición patrística presentaba a Moisés como figura tanto de Cristo como de Pedro.
Frente a frente, en el registro intermedio de los muros laterales de la Capilla Sixtina, se sucedían las escenas principales del patriarca y de Jesús, en consonancia con los relatos bíblicos: Vuelta de Moisés a Egipto, Pruebas de Moisés, Paso del mar Rojo, Descenso del Sinaí, Castigo de los rebeldes y Muerte de Moisés se relatan plásticamente en el muro sur; Bautismo de Cristo, Tentaciones de Cristo, Vocación de los apóstoles, Sermón de la montaña, Entrega de las llaves a san Pedro y Última Cena, en el muro norte.
Desde Florencia llegó Domenico Ghirlandaio, quien ya gozaba de gran reconocimiento como retratista y pintor de frescos entre la aristocracia de su ciudad natal, donde había consolidado un prolífico taller a partir de su inscripción como maestro en la agrupación de pintores de San Lucas en 1472. En el programa iconográfico de la Capilla Sixtina su nombre resuena como autor de La vocación de los apóstoles (relatada en Mt 4,18- 22; Mc 1,16-20 y Jn 1,35-42), escena donde sintetiza las principales características de su lenguaje pictórico.
El pintor aprovecha el formato horizontal, impuesto por su necesaria adaptación al marco arquitectónico, para acentuar el carácter narrativo de su pintura con la representación de distintos instantes en los planos sucesivos de la composición. El carácter narrativo de la imagen contrastaba con el simbolismo de la bóveda estrellada realizada en el siglo XV y que sería sustituida en el siglo XVI por la intervención de Miguel Ángel, maestro que en sus comienzos acudió al taller de Ghirlandaio.
Otorgando primacía en primer término al instante en que dejando las redes le siguieron, Ghirlandaio introduce en la profundidad del paisaje dos instantes contrapuestos: la llamada a Andrés y Pedro y la de los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan. El pintor equilibra perfectamente su composición al contraponer dos bloques montañosos coincidentes con las escenas de los planos intermedios: a nuestra izquierda, la protagonizada por Andrés y Pedro; y a nuestra derecha, la referida a los Zebedeos. Estos son representados por personajes de rasgos imberbes, y están acompañados por su padre, tal como se recoge en el relato neotestamentario: Vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron las redes y a su padre, y lo siguieron (Mt 4,21-22).
El entramado compositivo acentúa un vacío central ocupado por la bendición de Cristo a sus apóstoles, que se arrodillan reconociendo la autoridad de su Maestro. Este sencillo gesto de bendición y reconocimiento sintetiza el encuentro que cambiará la vida de estos sencillos pescadores: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mt 4,19). En este eje central de la pintura, Ghirlandaio aprovecha los meandros del río alternando luz y sombra para subrayar la perspectiva y conducir nuestra mirada hasta la línea del horizonte. El hecho de que tanto Cristo como los apóstoles se representen nimbados permite advertir el sentido narrativo de la pintura en la reiteración de las figuras.
Al profundizar en la imagen, se pueden apreciar diferencias técnicas derivadas de la formación de Ghirlandaio, primero en el taller de orfebrería de su padre, que explica su minuciosidad al abordar los detalles, y a continuación con Alessio Baldovinetti, quien le introduce en la monumentalidad de amplios paisajes, con el consiguiente tratamiento de una luz atmosférica que unifica los distintos planos. Ghirlandaio también se formó con uno de los más notables escultores de la Florencia del siglo XV, Andrea Verrocchio, influencia que vemos en el tratamiento volumétrico de las figuras que protagonizan los primeros planos de la pintura.
Es en los personajes secundarios donde se advierte con mayor claridad la faceta de retratista de Ghirlandaio, que estaba especialmente vinculado con el círculo de los Médici, no solo por la captación realista e individualizada de los rasgos, donde se evidencia la influencia del flamenco Hugo van der Goes, sino también por el anacronismo de las vestimentas, que recogen la moda italiana del siglo XV, y que convierte la escena bíblica en una narración cercana a los coetáneos del pintor. Esta adaptación a su época se observa también en las arquitecturas que completan el paisaje.
En este sentido, sabemos que Ghirlandaio aprovechó este viaje a Roma para estudiar y copiar arquitecturas del clasicismo que posteriormente le servirían para inspirar citas clásicas en otros frescos monumentales, como la decoración de la Capilla Sassetti, en la iglesia florentina de la Trinidad, que se convirtió en la obra maestra del pintor tras su intervención en el Vaticano. No era esta la primera vez que Ghirlandaio trabajaba en Roma, y tampoco la primera que lo hacía para Sixto IV, ya que en 1475 había participado en la decoración de la Biblioteca Vaticana con imágenes de los doctores de la Iglesia.
La vocación de Pedro y Andrés ya formaba parte de los ciclos románicos que escenificaban la vida pública de Cristo, si bien a partir del siglo XVI cobra mayor relevancia. El progresivo avance de las ideas protestantes favorece aquellas imágenes que afirmaban los principios católicos negados por los reformistas, como la primacía de Pedro, lo que llevó a un mayor protagonismo de las escenas propias del apóstol. El carácter conceptual de las imágenes medievales acentuaba a su vez el simbolismo de dos motivos reiterados en el arte paleocristiano y esenciales en esta escena: el pez, considerado símbolo del propio Cristo, y la barca, asimilada como imagen de la Iglesia.
Estos detalles se revisten de realismo entre los pescadores en consonancia con el relato bíblico: Paseando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar porque eran pescadores (Mt 4,18). Además, en este caso concreto, el episodio adquiere un mayor significado debido a la función y finalidad del espacio, ya que en la Capilla Sixtina se celebra el cónclave para la elección del papa como sucesor de Pedro. La escena de la vocación de los apóstoles recuerda en este contexto la continuidad entre el Colegio apostólico y el cardenalicio y, más concretamente, entre Pedro y el papa.
María Rodríguez Velasco - Profesora de Historia del arte, Universidad CEU San Pablo, Madrid
Vocación de los apóstoles, 1481 (Domenico di Tommaso Curradi, Ghirlandaio, 1448-1494, Capilla Sixtina, Palacio Vaticano) © Luisa Ricciarini/Leemage.
Es también un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawimbíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían «pobres» no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el coro de la Capilla Sixtina, está marcado por esta «humildad», en griego tapeinosis, que indica una situación de humildad y pobreza concreta.
2. El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: «Mi alma… Mi espíritu… Mi Salvador… Me felicitarán… Ha hecho obras grandes por mí…». Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.
La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su «fiat» y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.
3. En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual delMagníficat (cf. vv. 51-55). Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: «Hace proezas…; dispersa a los soberbios…; derriba del trono a los poderosos…; enaltece a los humildes…; a los hambrientos los colma de bienes…; a los ricos los despide vacíos…; auxilia a Israel».
En estas siete acciones divinas es evidente el «estilo» en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios, los poderosos y los ricos». Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: «Los que le temen», fieles a su palabra, «los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son «pobres», puros y sencillos de corazón. Se trata del «pequeño rebaño», invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12,32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.
4. Acojamos ahora la invitación que nos dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. Dice este gran doctor de la Iglesia:
«Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas» (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-27:SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169).
En este estupendo comentario de san Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo especial las sorprendentes palabras: «Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios». Así el santo doctor, interpretando las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.
Fuente: Benedicto XVI la Audiencia general del Miércoles 15 de febrero de 2006
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